1Entonces vi un cielo nuevo y una tierra nueva. Nada quedaba del primer cielo ni de la primera tierra; nada del antiguo mar. y él será su Dios.
5El que estaba sentado en el trono anunció:
— Voy a hacer nuevas todas las cosas.
Y añadió:
— Palabras verdaderas y dignas de crédito son estas. ¡Escríbelas!
6Finalmente, me dijo:
— ¡Ya está hecho! Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al sediento le daré a beber gratis del manantial del agua de la vida. le reservo esta herencia: yo seré su Dios y él será mi hijo.La nueva Jerusalén
9Uno de los siete ángeles que llevaban las siete copas con las siete últimas calamidades, se acercó a mí y me dijo:
— ¡Ven! Quiero mostrarte la novia, la esposa del Cordero.
10Me llevó, pues, en visión a una montaña altísima. Allí me mostró la ciudad santa, Jerusalén, que descendía del cielo enviada por Dios,
11resplandeciente de gloria divina. Su brillo era como el de una piedra preciosa deslumbrante, como el del jaspe cristalino.
15El ángel que hablaba conmigo tenía una vara de oro para medir la ciudad, sus puertas y sus murallas.
16La ciudad estaba edificada sobre una planta cuadrada: igual de larga que de ancha. El ángel midió la ciudad con la vara, y resultaron doce mil estadios. Lo mismo medía de largo, de ancho y de alto.; todo ello según las medidas humanas utilizadas por el ángel.
18Toda la muralla era de jaspe, y la ciudad, de oro puro semejante a límpido cristal.
19Los pilares sobre los que se asentaba la muralla de la ciudad estaban adornados con toda clase de piedras preciosas. El primer pilar era de jaspe; el segundo de zafiro; el tercero de calcedonia; el cuarto de esmeralda;
20el quinto de sardonio; el sexto de cornalina; el séptimo de crisólito; el octavo de berilo; el noveno de topacio; el décimo de crisopasa; el undécimo de jacinto, y el duodécimo de amatista.
21En cuanto a las doce puertas, eran doce perlas. Cada puerta estaba hecha de una sola perla. Y la plaza de la ciudad era de oro puro, como cristal transparente.
Dios y el Cordero son la luz22Pero no vi templo alguno en la ciudad, porque el Señor Dios, dueño de todo, y el Cordero son su Templo. pues allí no habrá noche;
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