2Entonces el pueblo clamó a Moisés que oró al Señor, y el fuego se extinguió. porque el fuego del Señor se encendió contra ellos.
4La gente extraña que se había mezclado con los israelitas sintió ansia de comer, y los propios israelitas lloraban diciendo:
— ¿Quién nos proporcionará carne para comer?
5¡Cómo nos acordamos del pescado que comíamos gratis en Egipto, así como de los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos!
6Pero ahora nuestras gargantas están secas, pues sólo disponemos de este maná.
7El maná era como semilla de cilantro, y su color como color de bedelio.
8El pueblo se diseminaba para recogerlo y lo molía en molinos o lo machacaba en morteros; luego lo cocía en caldera y hacía tortas con él. Su sabor era como el de una torta de aceite.
9Cuando por la noche descendía el rocío sobre el campamento, también el maná descendía sobre él.
10Moisés oyó cómo los componentes de las distintas familias del pueblo se lamentaban, cada uno a la puerta de su tienda. Esto provocó el estallido de la cólera del Señor, cosa que disgustó mucho a Moisés
11hasta el punto de decir al Señor:
— ¿Por qué tratas tan mal a tu siervo? ¿Por qué me has retirado tu favor y has puesto la carga de todo este pueblo sobre mí?
12¿Concebí yo a todo este pueblo? ¿Acaso engendré yo a este pueblo o lo di a luz para que me digas: “Llévalo en tu regazo —como hace la nodriza con el niño de pecho— a la tierra que prometiste con juramento a sus antepasados”?
13Porque ¿dónde conseguiré carne para dar de comer a todo este pueblo? Y es que vienen a mí con lamentos y me exigen: “¡Danos carne para comer!”.
14Yo solo no puedo cargar con todo este pueblo, porque es demasiado pesado para mí.
24Moisés salió y comunicó al pueblo las palabras del Señor. Luego reunió a setenta hombres de los ancianos del pueblo y los hizo situarse alrededor de la Tienda.
25Acto seguido el Señor descendió en la nube y le habló; tomó luego parte del espíritu que poseía Moisés y se lo infundió a los setenta ancianos. Y cuando el espíritu entró en ellos, se pusieron a hablar como profetas, cosa que no volvió a repetirse.
26Dos hombres, uno llamado Eldad y el otro Medad, que habían permanecido en el campamento, se vieron también invadidos por el espíritu; estaban entre los elegidos, pero no habían acudido a la Tienda, a pesar de lo cual comenzaron a hablar como profetas en el campamento.
27Un joven corrió y dio aviso a Moisés, diciendo:
— Eldad y Medad están actuando como profetas en el campamento.
28Entonces Josué, hijo de Nun y ayudante de Moisés desde su juventud, intervino diciendo:
— Señor mío Moisés, ¡detenlos!
29Pero Moisés le respondió:
— ¿Estás celoso por mí? Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y el Señor les infundiera su espíritu.
30Dicho esto, Moisés regresó al campamento junto con los ancianos de Israel.
Las codornices31El Señor levantó un viento que trajo bandadas de codornices desde la región marítima, y las arrojó junto al campamento, aleteando a un metro del suelo en un radio de una jornada de camino.
32El pueblo se dedicó a recoger codornices todo aquel día, toda la noche y todo el día siguiente. El que menos codornices recogió, lo hizo en una gran cantidad y las tendieron alrededor del campamento.
33Aún tenían la carne entre los dientes, sin acabar de masticarla, cuando la cólera del Señor estalló contra el pueblo y lo hirió el Señor con una terrible plaga.
34El lugar se llamó Kibrot-Hatavá, por cuanto allí fueron sepultados los culpables de glotonería.
35Luego el pueblo partió de Kibrot-Hatavá hacia Jaserot.
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