1En el tiempo del rey Asaradón regresé a mi casa y me devolvieron a mi esposa Ana y a mi hijo Tobías. En cierta ocasión, cuando estábamos celebrando la fiesta de Pentecostés —o sea, la santa fiesta de las siete Semanas—, me prepararon un gran banquete y yo me senté a comer.
3Salió, pues, Tobías en busca de algún pobre entre nuestros hermanos y, al regresar, me llamó:
— Padre.
Yo le respondí:
— Hijo mío, aquí me tienes.
Él me dijo:
— Padre, han asesinado a uno de nuestro pueblo: acaban de estrangularlo y está tirado en medio de la plaza.
4Yo, que ni siquiera había probado la comida, me levanté y fui apresuradamente a recoger el cadáver. Me lo llevé de la plaza y lo deposité en una habitación, con el fin de enterrarlo en cuanto se pusiera el sol.
5Cuando volví, me lavé y me puse a comer lleno de tristeza,.
10Pero no advertí que en lo alto del muro, por encima de mí, había algunos gorriones cuyos excrementos, calientes todavía, cayeron en mis ojos produciéndome en ellos unas manchas blancas. Acudí a los médicos para que me curaran, pero cuantos más fármacos me aplicaban, más ciego me iban dejando aquellas manchas blancas, hasta que finalmente perdí del todo la vista. Cuatro años estuve ciego, y todos mis familiares se sentían afligidos a causa de mi situación. Ajicar cuidó de mí y de mi manutención durante dos años, hasta que se fue a Elimaida.
11En todo ese tiempo, mi esposa Ana se dedicó a trabajar en labores propias de mujer,
12que ella misma llevaba a los clientes y recibía el pago correspondiente. Un día, el séptimo del mes de Distro, terminó un tejido y fue a llevárselo a sus clientes quienes, además de pagarle su trabajo, le regalaron un cabrito para nuestra comida.
13Cuando ella llegó adonde yo estaba, el cabrito comenzó a balar. La llamé y le pregunté:
— ¿De dónde has sacado ese cabrito? ¿Acaso lo has robado? ¡Devuélveselo a sus dueños, porque no nos es lícito comer ninguna cosa robada!
14Entonces ella me dijo:
— Es un regalo que me han hecho, además de pagarme mi trabajo.
Pero yo no le creí, sino que insistí en que se lo devolviera a sus dueños. Porque me sentía avergonzado de que hubiera hecho una cosa semejante; a lo que ella me respondió:
— ¿De qué te sirve el hacer limosnas? ¿Dónde están tus buenas obras? ¡Ahora se ve claramente lo que tú eres!
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