LUCAS 18 - Segun el Texto Bizantino 2005

Parábola de la viuda persistente

1Y les refería también una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar,

2diciendo: Había en una ciudad un juez, que ni temía a Dios, ni respetaba a hombre.

3También había en aquella ciudad una viuda, la cual venía a él, diciendo: Hazme justicia de mi adversario.

4Y no quiso por algún tiempo; pero después de esto dijo para sí: Aunque ni temo a Dios, ni tengo respeto a hombre,

5sin embargo, porque esta viuda me molesta, le haré justicia, no sea que viniendo de continuo, me agote la paciencia.

6Entonces el Señor dijo: Oíd lo que el juez injusto dijo.

7¿Y Dios no hará juicio a sus escogidos, que claman a él día y noche, aunque sea longánimo para con ellos?

8Os digo que pronto cobrará venganza por ellos. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?

Parábola del fariseo y el publicano

9Y a unos que confiaban en sí mismos como que eran justos, y despreciaban a otros, dijo esta parábola:

10Dos hombres subieron al templo a orar; uno era fariseo, y el otro publicano.

11El fariseo, puesto de pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros, ni tampoco como ese publicano.

12Ayuno dos veces por semana, doy diezmos de todo lo que gano.

13Y el publicano, estando lejos, de pie y a cierta distancia, no quería ni siquiera levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba su pecho, diciendo: ¡Dios, sé propicio a mí, pecador!

14Os digo que descendió este a su casa justificado más bien que aquel; porque todo el que se enaltece, será humillado; pero el que se humilla, será enaltecido.

Jesús recibe a los niños

15Y traían a él los niños para que los tocara; pero cuando lo vieron los discípulos, les reprendieron.

16Pero Jesús, llamándolos, dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios.

17En verdad os digo que cualquiera que no reciba el reino de Dios como un niño, jamás entrará en él.

El joven rico

18Y le preguntó un hombre prominente, diciendo: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?

19Y Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino solo uno, Dios.

20Los mandamientos sabes: No cometerás adulterio, no matarás; no hurtarás, no dirás falso testimonio; honra a tu padre y a tu madre.

21Y él dijo: Todo esto lo he guardado desde mi juventud.

22Y oyendo esto Jesús, le dijo: Todavía te falta una cosa: Vende todo lo que tienes, y repártelo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme.

23Pero él, al oír estas cosas, se puso muy triste, porque era muy rico.

24Y viendo Jesús que se había entristecido mucho, dijo: ¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!

25Porque le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios.

26Entonces dijeron los que oyeron esto: ¿Quién, pues, puede ser salvo?

27Y él dijo: Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios.

28Y dijo Pedro: He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido.

29Y él les dijo: En verdad os digo que no hay nadie que haya dejado casa, o padres, o hermanos, o esposa, o hijos, por causa del reino de Dios,

30que no haya de recibir mucho más en este tiempo, y en la edad venidera la vida eterna.

Jesús por tercera vez predice su muerte y resurrección

31Y tomando a los doce, les dijo: He aquí, subimos a Jerusalén, y se cumplirán todas las cosas que fueron escritas por los profetas acerca del Hijo del Hombre.

32Será, pues, entregado a los gentiles, y será burlado, y afrentado, y escupido.

33Y le azotarán y le matarán; y al tercer día resucitará.

34Pero ellos nada entendían de estas cosas, y este dicho les estaba encubierto, y no entendían lo que se les decía.

Un ciego recibe la vista

35Sucedió entonces que al acercarse él a Jericó, un ciego estaba sentado junto al camino mendigando.

36Y oyendo a la multitud que pasaba, preguntó qué era eso.

37Y le dijeron que Jesús nazareno iba pasando.

38Y gritó, diciendo: ¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!

39Y los que iban delante le reprendían para que se callara; pero él gritaba aún más: ¡Hijo de David, ten misericordia de mí!

40Y Jesús, deteniéndose, mandó traerlo a sí; y cuando llegó, le preguntó,

41diciendo: ¿Qué quieres que te haga? Y él dijo: Señor, que recobre la vista.

42Y Jesús le dijo: Recobra la vista; tu fe te ha salvado.

43E inmediatamente recobró la vista, y le seguía, glorificando a Dios; y todo el pueblo, al verlo, dio alabanza a Dios.

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